Fez es increible. Tiene tres partes: la medina (o parte vieja), la mellah (o barrio judio) y la parte nueva. Nosotros nos alojábamos en la parte de la medina. La medina es una auténtica ciudad medieval en funcionamiento. Data del siglo XIII y tiene unas 350 mezquitas perdidas en sus estrechas calles. Es totalmente laberíntica, llena de tiendas y burros con cargas que ocupan tres veces su tamaño a los que azuzan y maltratan de mala manera. Es la encarnación perfecta del estereotipo de una ciudad árabe. En definitiva, un buen lugar para empezar nuestro viaje.
En nuestro hotel había una serie de fijos que amenizaban las horas que pasábamos ahí. Entre ellos los más importantes eran Ibrahim y Aham, que trabajaban en el hotel, y Abdulghaní, que no. De Ibrahim y Abdulghaní ya hablaré después pero de Aham no así que lo haré ahora. Fue una relación extraña ya que no hablaba ni inglés ni español y su francés era más limitado que el nuestro. Aún así nos entendíamos perfectamente y era encantador. La noche de nuestra llegada tambien conocimos a Julian, un inglés muy majete pero con mucha cara de guiri (por lo cual era mangoneado sin piedad). A la mañana siguiente nos enteramos de que a Julian, nada más aterrizar en la medina (ya de noche), le habían liado para ir a una tienda de alfombras. En el hotel le habían dicho que la alfombra que había comprado estaba hecha a máquina y él estaba bastante decepcionado y quería cambiarla, pero no sabía como llegar a la tienda (aunque al final, cuando se enteró de que la máquina en cuestión era un telar manual, se quedó más tranquilo). Pero me voy por las ramas.
La primera mañana, Abdulghaní se ofreció a guiarnos por las calles de la medina. Aunque Julian quería venir con nosotros y nosotros queríamos que viniese, Abdulghaní se negó en redondo. Decía que era porque el inglés tenía lios de drogas pero él nos había dicho la noche aneterior que no fumaba porros. Nuestra teoría es que ya había otro waha pendiente de Julian y Abdulghaní no quería robárselo a su semejante (debe ser algo así como la ley del waha; eso y nunca reconocer que te han timado, aunque ellos no tengan nada que ver con la compra y el vendedor). Empezamos la mañana llendo a la casa de nuestro waha, que era un verdadero palacete, aunque nunca lo hubiésemos imaginado viendo su calle y su puerta. Después nos llevó a una tienda de artículos de cuero desde la que se veían perfectamente desde las alturas los famosos curtidores de Fez (t.c.c. les Tanneries). El encargado de la tienda que se "ocupó" de nosotros se llamaba Benito (pronunciado Binito), aunque más tarde descubrimos que ese era su nombre profesional. En realidad se llamaba Mohammed (como si no). Tras explicarnos todo el proceso de curtido del cuero (post aparte), nos explicó las diferencias entre los distintos tipos de cuero: "Sin compromiso, no hace falta comprar nada... Este es cuero de camello, este de cabra, este de oveja...". Resultado: nos fuimos de allí con dos puffs (uno de camello y otro de cabra, teñido de amarillo con azafrán).
A la salida entramos en los curtidores para verlos más de cerca y hacer muchas fotos muy chulas (aunque el carrete salió un poco verde, que se le va a hacer). La sabiduría adquirida en esa maloliente visita fue que la próxima vez hay que remangarse los pantalones.
La siguiente parada de la ruta fue en una tienda de ropa. Según entramos encendieron todas las luces y vimos lo que iba a pasar. El tendero era Edriss y cuando hubimos consumido nos dejó ver las magníficas vistas desde su terraza. Nunca había visto tantas antenas parabólicas juntas. Y verlas en una ciudad tan vieja hace que sorprenda aún más. Abdulghaní nos llevó también a ver a artesanos del metal, aunque nuestra cartera salió indemne de esta visita. Para la siguiente parada anunció: "Ahora os voy a mostrar la diferencia entre el arte bereber y el arte marroquí". Nos metimos por un pasillo larguísimo forrado de alfombras por todos lados y cuando salimos estábamos en la cueva de los 40 ladrones. Pero esta vez, en vez de Alí Baba, era Abdulghaní. Después de encender todas las luces e invitarnos a un te a la menta ("No es para que compreis, esto es parte de la hospitalidad bereber") se empeñaron en enseñarnos todas las alfombras, para que viésemos las diferencias de diseño ("Sin compromiso, no hace falta comprar nada..."). A mi todo me sonaba familiar pero una vez metido en el ajo ya no se puede salir. Te atrapan con el te. Al final, como era de esperar, salimos más cargados que al entrar.
Una vez fuera le dijimos a nuestro waha que pasábamos del arte alfombril marroquí y, antes de volver al hotel (aunque parezca que todo lo que he contado pasara en un par de horitas, ya se estaba haciendo de noche), pasamos por una farmacia bereber. Las paredes llenas de frascos con pimienta, agua de rosas, gengibre, anis negro (para las migrañas, se esnifa), ginseng rojo (el viagra del desierto), esencia de azahar, etc. El olor como la tienda de Baldini (de la novela El Perfume). El dueño era muy simpático y nos hizo una demostración exhaustiva. Pero después de los puffs y las alfombras no estábamos para comprar nada y nos fuimos sin nada nuevo en los bolsillos. El entrañable Abdulghaní nos llevó de vuelta y, por mucho que me sorprendiera, no nos intentó cobrar nada.
Al día siguiente volvimos a la tienda del cuero. Esta vez Julian vino con nosotros. Creo que nos pasamos unas dos o tres horas allí dentro, hablando con Binito, bebiendo te y probándonos babuchas ("Adidas marroquiés"). Como ese día ejercíamos de wahas, nos hicieron algún descuento en las compras que hicimos. El momento surrealista del día fue cuando un grupo de extranjeros (guiris de los que vienen en autobís) entró en la tienda. Todos llevaban auriculares de última generación, para poder oir al guía (la tienda tenía partes muy estrechitas que sólo permitían ir en fila de uno y ellos serían 30 o 40), y portaban un ramillete de menta para poder soportar los fuertes olores del cuero mezclado con cal viva y caca de paloma.
Al salir de la tienda de Binito, bordeamos la ciudad para verla entera desde las alturas. Justo coincidió que las 350 mezquitas llamaban al rezo (lo hacen 5 veces al día, una de ellas de madrugada) mientras estábamos mirando la medina. Increible. Tras un rato de reposo al sol, compramos los billetes para irnos al día siguiente y visitamos la mellah. Después fuimos a casa de Ibrahim, que nos había invitado a cenar. Cuando llegamos nos dijo que a su madre, que era diabética, le había dado un ataque ese mismo día y estaba en coma. Según nos dijo, el objetivo de la visita era que conociésemos a su madre. Aún así se empeñó en "cumplir su promesa" y estuvimos en su casa a las afueras de Fez hasta las 2 de la mañana. Se empeño en que nos quedásemos más días en Fez, en su casa si queríamos, obligándonos así a modificar todos nuestros planes de viaje. Al final, tras horas de dura lucha, decidimos intentar aplazar el billete a la tarde siguiente para poder ir con él a un hammam. Él se ofreció a ir con nosotros a la estación a las 9 para cambiar el billete. Aunque le dijimos que no hacía falta, a las 9 nos lo encontramos allí. Esa noche ya habíamos decidido abortar el cambio de planes. Se lo comunicamos y él no tardó ni 30 segundos en pedirnos dinero. La verdad es que ya nos lo olíamos. Nunca sabremos si era verdad lo de su madre (probablemente no) pero la verdad es que no nos importó porque lo pasamos bien con él.
Tanto a María como a mi nos encantó Fez, no sólo por lo impresionante que es, sino por la amabilidad y simpatía de la gente. Próximo destino Chefxaouen.
Para los amantes de los datos inutiles
lunes, 24 de abril de 2006
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4 comentarios:
jolin que de letras y las he ledio todas me voy a dar un descanso. Digo tengo que ir por marruecos y fez es una de las ciudades a vistar mas despues de lo que cuentas. un saludo
Si,la verdad es que me he pasado tres pueblos. A ver si consigo resumir Xaouen y Essaouira en algo más manejable.
Fez se sale. Por cierto Nico, hay que explicar el truquito ese para salir de la medina no? ;p
ahhhhhhhhhhhh eres aladdin!!!!
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