Ayer pasó por delante de nuestra casa un coche de bomberos con la sirena atronando a un volumen krakatoano. Al mirar por la ventana comprobamos que la calle estaba vacia. Ni un coche, ni un peatón, ni siquiera un animal pasaba por allí. Eso si, las ventanas estaban llenas de vecinos que se preguntaban a que venía semejante escandalera. Como el camión paró a un par de manzanas y seguían llegando bomberos por otras arterias cercanas, la curiosidad me pudo y bajé a ver que pasaba, aprovechando que tenía que pasar por la tienda para comprar tabaco.
Mientras llegaba pude ver como un camión de bomberos tenía extendida su escalera y me uní a los curiosos con ganas de ver un buen rescate e incluso algunas llamas. Pero cuando estuve a una distancia decente vi que allí no había nada que ver. Estaban bajando la escalera, sin ningún rescatado a bordo, y nadie parecía saber que había pasado. En el aire flotaba un agradable olor a barbacoa en vez del esperado humo de madera y hormigón.
Decepcionado, volví a casa y al subir por las escaleras comprobé que allí no olía tan bien. Hace 11 días se mudaron al piso de abajo unos árabes (argelinos, diría yo, pero no he preguntado) que tienen la costumbre de dejar sus zapatos en la entrada. María y yo estamos convencidos de que nuestra casa no termina de cuajar por este hecho ya que el olor te da ganas de salir huyendo. Los inquilinos anteriores eran unos filipinos de cuya morada emanaba un agradable olor a salsa de cacahuetes que nos acompañaba hasta nuestra puerta en el trecer piso. ¡Eso si que era un buen recibimiento!
En lo que va de mes, hemos recibido bastantes visitas de posibles inquilinos. Casi todos los continentes han sido representados. Sobre todo han venido italianas (siempre chicas), pero también han pasado por nuestro piso un congoleño, una familia de alemanes, una oriental (vietnamita, creo), dos madres y dos hijas (como decía el acertijo) argelinas, un peruano/polaco con su novia europea indefinida, algunos belgas y una serie de Erasmus de países desconocido. Hubo una pareja de belgas que querían quedarse y les dimos el número de Mohammed, el casero, congratulándonos de lo fácil que había sido deshacernos del piso (eran los segundos que lo visitaban). Desgraciadamente a Moja no le gustaron. A ver si hay suerte esta semana...
Para los amantes de los datos inutiles
lunes, 11 de septiembre de 2006
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